Capítulo 0: Alfa
Primera Parte: LAS PARTES DE UNA MUÑECA
Capítulo 1: CONEXIÓN
Llueve,
piensa. Otra vez llueve.
Llueve
y la lluvia empapa su ropa y su pelo, mientras corre desesperada a través del
reducido pasadizo entre los edificios. Llueve y parece que la lluvia se
despidiera de ella. Le dice adiós, con
su torrente continuo de agua, cayendo en gotas enormes como balas que impactan
su cuerpo a quemarropa. Quizá es sólo la premonición burlándose de ella. Es la
profecía cumpliéndose, finalmente. «No debiste meterte en este pozo», le dice.
«Habría sido mejor pensarlo dos veces, aquella
vez…». Y Rei está segura de que la
Profecía tiene razón.
Mira
instintivamente hacia arriba. Un cuervo sobrevuela por encima de su cabeza,
siguiendo la misma ruta que siguen sus pies en tierra. Parece protegerla… O
quizá la está acechando. Puede que no sea más que los ojos de sus
perseguidores. ¿Quién puede saberlo, a estas alturas? De cualquier manera, no
tiene mucho tiempo para detenerse a pensar. Pronto la acorralarán, será su
prisionera. No cabe duda de que este es un sobrevalorado tiempo perdido. La Profecía tiene razón
cuando le dice que sólo está postergando lo inevitable. Su destino ya ha sido
escrito. No hay forma de cambiar eso.
«El virus se está procesando» –dice la
niña de la Profecía–:
«El gusano ha sido plantado, y pronto
arrasará todo a su paso. La Papelera de Reciclaje está vaciándose, Mujer. ¿Y
quieres saber algo? Tú estás en ella».
Jadeando, gira en un recodo de los pasadizos, y camina por un nuevo callejón tan estrecho que parece anémico. Busca en el interior de su canguro el teléfono móvil, y luego lo saca del bolsillo. Abre la pestaña, observa la pantalla donde figura una foto suya con alguien más. Busca en el historial para saber si tiene alguna llamada perdida. Algún simple mensaje codificado entre las diferentes carpetas. Digita sobre las opciones. Las gotas empapan el cristal. No, no ha recibido ningún llamado. No tiene ningún mensaje. Está sola.
Resopla con
fastidio. Se pregunta dónde estará su contacto. ¿Por qué aún no se ha
comunicado con ella? Ha pasado una semana desde la fecha señalada… ¿Qué lo
llevó a dejar que las cosas se le fueran de las manos?
¿Le
habría ocurrido algo?
Sus
ojos claros escudriñan el camino. Buscan un refugio. Si sigue corriendo, no
llegará muy lejos. Está exhausta. Sin embargo, lo único medianamente confiable
en aquella callejuela son unos oxidados tachos de basura que le recuerdan
alguna vieja historia, de esas que en una reunión habría sido una anécdota
estupenda, pero que en ese momento no es más que un ave que pasa velozmente por
su cabeza, a ras de sus pensamientos, para huír luego hacia los confines más
alejados de un limbo desconocido.
Él
estaba en lo cierto. Había cosas que no podían ser simple casualidad. Cosas que
iban más allá de nuestro entendimiento. El problema no era la explicación, sino
los resultados. Si toda su teoría tenía algo de cierto, entonces seguro nuestro
mundo –tal como lo conocemos– caería de manera definitiva en la paranoia,
desatando un auténtico pandemónium. Lo que ellos saben ahora no puede saberlo
nadie más en el planeta. Cierto. Pero, a pesar de todo, tampoco puede contar
con ocultarlo para siempre. Las personas necesitaban
saber la Verdad, aunque las consecuencias fueran devastadoras. La mentira, ya
se sabe, nos ha llevado al descontrol. La Verdad podría ser peor… pero es la Verdad,
y contra eso no se puede luchar. Tal vez no nos guste el sol, pero el sol
seguirá estando ahí arriba día tras día, por el resto de nuestras vidas. La
Verdad es lo único que, la conozcamos o no, vivirá con nosotros hasta el
instante en que nos toque morir. Conocerla podría ser la respuesta. Ella necesita pensar así.
Vuelve
a girar en el siguiente cruce de callejones. Está atardeciendo. Pronto, los
nubarrones en el cielo se harán aún más oscuros. Anochecerá, y entonces las
cosas se pondrán todavía más feas. Aunque… ¿podría ser peor de lo que ya es?
Debió huir del único lugar físico donde su contacto la buscaría, y a cada
segundo estaba alejándose más y más. Tampoco cree que pueda regresar, porque
sus perseguidores tendrán vigilado su refugio. Incluso es probable que lo
capturen a él cuando fuera a buscarla. Pensar en eso la ruborizaba. La sola
idea de imaginar que aquellos tipos podían tomarlo por sorpresa y hacerlo su
prisionero le resultaba aterrador.
Si
tan sólo la llamara…
Pero
no la llamaba. Ni la llamaría. Está segura.
Algo
debió pasarle. La incertidumbre y la impotencia la fastidian. Son simples
restos de la misma Profecía. Sabían que aquello fracasaría desde el comienzo.
Lo sabían. Pero decidieron darle la espalda a las advertencias, a las piedras,
a las señales, y ahora ya no había manera de regresar. Es probable que acaben
en un sitio muy oscuro. Un sitio del que no podrán regresar jamás. Ese sitio
del que les habían hablado tanto…
Un
relámpago barre el cielo de un solo golpe, iluminando el callejón por donde se
mueve, y luego el estallido del trueno le hace bajar su cabeza de forma involuntaria.
No le gusta nada hacia donde va todo aquello. Se siente vulnerable, perdida,
desprotegida. Todos esos sentimientos que durante las últimas semanas transmutaron
su oscuro pozo en un resplandor enceguecedor ahora se esfuman como el humo,
dejándola sin ganas y sin tiempo.
–¿Dónde
estás? –murmura, agitada. Pero la respuesta permanece invisible.
Sólo
lluvia. Lluvia como una ducha helada
e interminable, y los pasos detrás que no se cansan de perseguirla. ¿O es que
ya no la persiguen?
(Lluvia)
Se
detiene. Mira hacia atrás. El callejón está vacío. Sólo el silencio de la…
(Lluvia)
…la
lluvia cayendo adorna el paisaje con aspecto abandonado. Los ha perdido. Finalmente.
Se apoya en la pared y se toca instintivamente la cadera derecha, como si lo
recordara de repente, justo donde la sangre hace mucho que comenzó a traspasar
su ropa. Le duele. Un dolor como nunca sintió antes.
Cierra los ojos.
Respira profundo.
Necesita
volver al refugio. Necesita regresar a aquel cuarto oscuro y lúgubre que le
hace pensar en una extraña –pero familiar– prisión. No puede huir de ese punto
exacto, porque sabe que es allí y sólo allí, donde él iba a buscarla.
Maldice. Vuelve
a mirar el cielo. El cuervo que la seguía ya no está por ninguna parte. No
queda ningún rastro de tinte oscuro. Parece que, de momento, el peligro ha
pasado. Entonces se le ocurre algo. Piensa:
¿Realmente sabían ellos que me escondía en ese edificio? Quizá sólo habían
recibido el dato de que me ocultaba en este bulevar, pero no tenían
especificaciones del sitio exacto. Si tan sólo pudiera volver…
Comienza
a caminar de regreso. En el próximo recodo tomará otro camino para despistar a
los tipos en caso que aún sigan en los callejones. Mientras camina, saca de su
bolsillo una caja de cigarrillos. Enciende uno. La capucha que lleva sobre su
cabeza protege la punta roja del pequeño cilindro de papel. Otro relámpago
surca el firmamento y un nuevo trueno lo acompaña. Definitivamente está atardeciendo.
Pronto todo será mucho más peligroso. Al menos, claro, que regrese.
Aprieta el paso.
El
gris a su alrededor parece teñir todas las cosas. El suelo es una mezcla de
barro, asfalto y mugre. ¿Cuándo Tokio se volvió un sitio tan extraño? Los
detalles invaden su visión. Tantos días oculta… y hoy, de pronto, su destino
toma un giro inesperado. Otra vez la única opción que tiene es huir. Sólo que
esta vez… esta vez está sola en el juego.
¿Cuánto más deberé esperar?, se
pregunta.
¿Cuánto, antes de morir o ser capturada? O
terminar en cualquier otra parte.
¿Cuánto, antes de sufrir un colapso
nervioso y odiar de nuevo todo aquello que me hiciste sentir?
¿Cuánto, antes que la realidad me
golpee otra vez?
¿Cuánto?, ¡dime!… ¿Cuánto, hasta que
me llames?
Y
alguien grita en un idioma extranjero.
–It’s there! –dice la voz–. The bitch is there!
Levanta la mirada. Un hombre, en la esquina del callejón, está apuntándola con el dedo. Dedo acusador. Dedo condenador. Es rubio, y lleva una gabardina gris empapada por la lluvia. Un instante después, dos más aparecen por el cruce y la ven. Vienen hacia ella.
Y,
una vez más, Rei tira el cigarrillo y comienza a correr.
–Stop!
–grita una de las voces.
Pero
aunque sabe lo que esa palabra significa, está muy lejos de tener intenciones
de detenerse. Esta vez se liberará de ellos a como dé lugar.
Baja
por un nuevo y estrecho callejón. Luego otro. Busca en sus pensamientos la
información que le permita deducir dónde ocultarse. Su mente es un gran
ordenador y −mientras su cuerpo se mueve en piloto automático− frente a sus
ojos aparece una lista de sitios escritos en letra verde sobre un fondo negro. Su
pequeño y complejo GPS interno. Sus reflejos la protegen de no caer, no ser alcanzada
y no bajar la marcha, respaldando su mente que trabaja a toda velocidad. Siente
el zumbido eléctrico fabricando hipótesis y posibilidades. Nada parece
conformarla.
Da
un nuevo suspiro. La lista desaparece de sus ojos. Es cuando, de manera casi accidental, repara en una tapa
negra en el suelo asfaltado, de la que sale un vapor blanco.
Su
salida. Las alcantarillas.
¿Cómo
no lo pensó antes?
Se
acerca a la gruesa lámina de metal e intenta abrirla. No puede. Parece sellada.
Maldice. Vuelve a intentar. Sus dedos resbalan en la superficie empapada. Se
vuelve a oír la voz en inglés.
–Get
her!
Rei
no quiere mirar. Su atención necesita concentrarse en la tapa. Necesita
moverla, y si se distrae no podrá hacerlo. Todo su conocimiento, toda su
inteligencia, todo su potencial no le servirán de nada. No está frente a un
ordenador, y aquella tapa no cederá con un virus informático. Esta vez es la
realidad. La realidad golpeándola de nuevo. Y mientras tanto sus dedos siguen
deslizándose por aquella superficie tan diferente a las teclas para las que
están entrenados. Escucha los pasos acercándose con la lluvia.
(Trac, trac, trac, tracatrac…)
Las pesadas
botas retumban en todo el callejón como el crudo sonido de una muerte cercana e
inevitable. Las voces gritan que levante los brazos. Gritan que si no se
detiene van a disparar. Gritan que no hay salida. Y el golpeteo de los pasos
comienza a hacer eco dentro de su cabeza. No encuentra forma de abrir la
condenada tapa.
¿Cómo mierda se supone que debería
concentrarme con tanto ruido?
Y para coronar
la velada, un helicóptero sobrevuela la zona.
(Zum, zum, zum…)
Está atrapada.
No hay regreso. Ya es tarde. Los hombres están a mitad de camino y portan
armas. Éste es su último día. Algo malo está por venir. Un final demasiado
predecible. Siente una angustia oprimirle el pecho. No es morir lo que teme. Es
no verlo más.
Hasta ese
momento todo lo que la había llevado a sobrevivir era la esperanza de
reencontrarlo. La espera podía ser cruel, lenta, imprecisa e inmutable… Pero no
le importaba. Lo que quería era estar con él de nuevo. Quería que su cuerpo la
volviera a poseer entre las sábanas de aquel cuarto, y que la piel ardiera de
deseos mientras eran sus labios los que mordían sus pechos, su cuello y su
cordura. Necesitaba esos brazos estrechándola con la fuerza de mil demonios,
para sentirse protegida y segura de nuevo. Sólo él sabía la fórmula exacta.
Sólo él tenía el elixir capaz de arrebatarle sus dudas, sus temores, sus pensamientos
y sus delirios. Sólo él tenía el poder de salvarla de ella misma con un solo
abrazo. Era su medicina. No concebía la idea de no verlo más. Deseaba
sobrevivir. Necesitaba reencontrarlo.
Y
fue en ese momento… en ese preciso momento… que la tapa cedió.
Al
principio sólo un poco. Luego el agua y el deseo se encargaron del resto. Al
ver aquél logro, los hombres se detuvieron. Estaban a escasos cinco metros de
ella. Sus armas la apuntaron, sus voces volvieron a gritar. «Detente o disparo». Seguro era ésa la
mejor traducción. El callejón se detuvo en el tiempo. La tapa del
alcantarillado abierta, ella a un lado de la entrada al subsuelo, y los hombres
dispuestos a terminar todo en ese preciso instante si fuera necesario.
Pero
Rei sonríe.
No.
No es cierto. No van a terminarlo allí.
Ustedes, Hijos de Puta, me necesitan.
La sonrisa se
vuelve una carcajada inundada de sarcasmo.
–Hasta
la vista, Perdedores –susurra.
Y
su cuerpo desaparece por el hueco circular que ha abierto en el piso, al tiempo
que el estallido de un arma hace eco en el silencio. Cuando los hombres llegan
al lugar, ella ya ha deslizado la tapa de nuevo, cerrándola tras de sí.
Mientras se aleja por la red del alcantarillado, escuchó la voz hablándole a
alguien –probablemente por un móvil o un transmisor–, y otro que corre por la
calle, alejándose.
–Come on! Find her!
She is in the fucking sewers!
A
través de los túneles subterráneos, avanza durante mucho tiempo. Se pierde
lejos de todo. Y cuando siente que el agotamiento empieza a pesarle, abre una
puerta de las varias que ha encontrado, y se deja caer en la oscuridad de un
depósito. Se tiende en el suelo, una vez que corrobora que ha cerrado bien la entrada, y se arrastra
hasta un rincón de las sombras. Agitada, entre jadeos, aguarda. Después, vuelve
a sacar el móvil de su canguro. Abre la pestaña e ilumina a su alrededor.
Efectivamente, la habitación está llena de trastos y herramientas. Por lo
pronto no hay nada más. Dirige la pantalla del celular a su rostro. La luz la ciega
un instante. Vuelve a verificar que nadie la ha llamado. Ni un solo mensaje la
aguarda. Sólo el vacío existencial. Un teléfono móvil como única arma de
defensa y nadie a quien poder llamar. Únicamente la espera. Y ella odia esperar. Ahora más que nunca.
Y
mierda, como me duele la puta cadera…
Un rato después, escucha los pasos
de sus perseguidores que pasan de largo a través de los túneles. O no repararon
en la puerta o son muy idiotas, pero sus pasos se pierden en la distancia y ya
no vuelve a oírlos de nuevo. Sólo le resta respirar, más tranquila.
Que
final de porquería, piensa. Aquí
estás, Rei, oculta en las alcantarillas. Perdida en el negro del mundo. Nada
que pueda salvarte. Ni un solo rastro de misericordia. ¿Eres consciente de que
nadie va a rescatarte de aquí? ¿Eres consciente de que morirás sola? Ellos te
van a encontrar. Te capturarán, te torturarán para hallar a tu lindo noviecito,
¿y luego? Luego morirás sin ninguna razón. Él se escapará, como siempre. Su
cuerpo se perderá en alguna parte, y el tuyo será el alimento de los peces amorfos
que habitan en las cañerías de esta urbanización acelerada. ¿Acaso eres tan
estúpida que no puedes entender eso? Todo lo que estás haciendo es en vano.
TODO, Rei.
Cierra los ojos. Guarda el aparato
en su bolsillo. La luz del móvil la hace sentirse segura, pero ahora necesita
el único abrazo de las sombras. Sin embargo, a través de sus párpados sigue
sintiendo que algo la ilumina justo en el rostro.
Un resplandor se mueve delante de
ella.
Sí. No hay duda. No es una simple
sensación. Una luz está apuntando directo a sus ojos. Siente miedo. ¿Se trata
de una linterna? ¿Hay alguien más ahora con ella?
La embarga una vulnerabilidad
insoportable.
Rendida a los brazos del destino, abre de nuevo sus párpados y
mira justo hacia el lugar del que viene aquella extraña luminosidad.
Entonces la ve.
En la oscuridad,
emitiendo su piel una inusual irradiación rojiza, como un aura que lo ilumina
todo… hay una niña.
–Kimi –susurró, y abrió los ojos.
La
música electrónica comenzó a crecer, como si sus oídos se hubieran acordado de
repente que debían escuchar. Los rayos láser de la pista, las luces robóticas,
y las sombras azuladas en el interior del local la despabilaron. Estaba en el
interior del Doll−In House. Era el mismo pub en el que había pasado todas las
noches de sus últimos tres o cuatro años, ejerciendo siempre de DJ. Las voces,
mezcladas con la música, la aturdieron por un instante; y de pronto la embargó
un deseo irremplazable por largarse de allí. Frente a ella, en su mesa, sólo
quedaban algunas líneas de coca y un vaso con licor. La misma mierda de siempre.
–No
lo sé, Hayate. No recuerdo –respondió ella, sin mirarlo.
–Pero
antes de despertar dijiste «Kimi». ¿Qué significa?
–¿De
verdad me lo preguntas?
–Claro.
–Acabo
de decirte que no lo recuerdo. No fastidies. Debe ser alguna incoherencia
relacionada a lo que sea que estuviera soñando. Si es que soñaba…
–Siempre
soñamos. –Hayate se encogió de hombros–. Sólo que a veces simplemente… no lo
recordamos.
–Bien.
Entonces esta es una de esas ocasiones en que «simplemente… no lo recuerdo».
–Está
bien, está bien. No te enojes.
Rei
emitió un pequeño quejido de cansancio. Posó el rostro entre sus manos y se
quedó así por un instante.
A su lado,
Hayate contempló la multitud. La cresta punk teñida de verde en su cabeza
fulguraba en las sombras. Parecía brillar con un resplandor propio. Aquella
noche iba vestido con su gastado chaleco de jeans y los acostumbrados
pantalones negros de cuero, que a cualquier persona les sentarían ajustados
pero que en su cuerpo −delgado en extremo− siempre quedaban holgados. Tenía las
piernas cruzadas, y una de sus manos apoyada sobre la rodilla. Con la otra
fumaba un cigarrillo de marihuana, descansando el codo sobre el respaldo del
asiento. Rei, en cambio, permanecía en la misma posición, con su capucha en la
cabeza y el rostro hundido entre sus manos.
–¿Tienes
jaqueca? –preguntó.
–Siento
un martilleo en mi cerebro −respondió Rei.
–Jaqueca
−corroboró él.
–Como
sea.
–Normalmente
te recomendaría que tomes algún analgésico, pero en tu estado no es
conveniente. Tienes tanta droga y alcohol en el cuerpo como para abastecer todo
el Doll−In House durante una semana.
La
chica volvió a recostar su espalda en el asiento, y miró la multitud de cuerpos
bailando en la pista.
–Parece
que tienes un admirador –le susurró Hayate.
–¿A
qué te refieres? –preguntó ella.
Su
amigo se limitó a hacer un movimiento con el mentón, y entonces Rei buscó con
la mirada lo que él señalaba. Sus ojos barrieron el local. Vio a los narcos
vendiendo sus drogas con total libertad; al nieto de algún líder yakuza
besuqueando prostitutas de vestidos tan cortos como ajustados, rodeado por los
guardaespaldas que lo protegían; a los hackers –como ella– lanzando alguna
información a través de modernos ordenadores portátiles… y luego la pista,
llena de aquellos que dejaban a la droga y el ambiente trasladarlos a un subliminal
universo alterno. Detrás de esas personas, apoyado a una pared y oculto en la
oscuridad, una figura ensombrecida fumaba y la miraba. No se apreciaba su
rostro, invisible bajo la capucha del canguro, pero se notaba que su atención
estaba puesta en ella.
–Hace
varios días que ronda por aquí –susurró Hayate–. Me pregunto cuándo se decidirá
a hablarte.
–Quizá
es psíquico, y sabe de antemano que no es buena idea.
Su
amigo se rió.
–Sí,
es posible.
Rei
observó a la figura oculta en las sombras. El punto rojo de su cigarrillo
flotaba en la oscuridad, ascendiendo a su cabeza y luego descendiendo de nuevo.
Se preguntó qué buscaría ese personaje de aspecto irreal acechándola desde el
otro rincón de aquel infierno musical que alguien dio por llama Doll−In House.
No era la primera vez que estaba allí, era cierto. Hayate tenía razón. Algunas
noches atrás había reparado en su presencia y aunque intentaba ignorarla, la
tenía más presente de lo que imaginaba. La primera vez que lo vio, fue mientras
movía los discos creando sonidos electrónicos que la audiencia recibía
extasiada. Estaba bajo los efectos de alguna droga, como siempre que ejercía de
DJ, y por eso creyó que la sombra que veía de pie entre los cuerpos danzantes no
era otra cosa que uno de los tantos efectos de aquellas extrañas nuevas
adicciones que esperaban tras cada nueva curva. No le habló a nadie de esa
figura, pero tampoco fue necesario. El instinto observador de Hayate le había
dado el don de descubrir los acertijos más complicados. Que reparara en el
individuo en la oscuridad no era nada extraño.
Lo
que nadie sabe es que, aquella primera vez, pensó mucho en él. Y pensar en él
la hizo tener sensaciones inusuales… aunque no estuviera muy segura de ello.
Cuando se retiró a su casa –ubicada en uno de los pocos barrios de los
suburbios que aún permanecían tranquilos– el oscuro callejón la recibió, como
cada noche, silencioso y vacío. Bañado por la madrugada, parecía destilar
esencias mientras un grupo de esqueléticos gatos se disputaban los restos de
basura amontonada, alrededor de los tachos que dormían su sueño aburrido cerca de
la salida de emergencia del local. Cuando Rei pasó, varios levantaron sus
cabezas y sus ojos brillaron en las sombras con curiosa elegancia. Los seis
puntos luminosos que flotaron en la cortina negra que creaba la oscuridad
parecían hilar el preludio de una amenaza. Para Rei, eran sólo un grupo de
gatos hambrientos.
Atravesó los viejos bulevares, los mismos viejos locales de siempre, y luego salió a una ancha avenida que brillaba orgullosa bajo su artificial resplandor de neón. Caminó apresurada entre la multitud, y llegó finalmente a la estación donde tomaría su tren nocturno. A apenas unas cuadras del andén en el que descendió, estaba su pequeña casa camuflada por la monotonía de todas las casas de aquel sector de la ciudad. A pesar de lo tarde que era, había aún un bar abierto donde los mismos ebrios de siempre saciaban sus cuerpos con el único combustible capaz de quemar las huellas del alma. Pero esas huellas dejan cicatrices imborrables. Los ebrios de siempre parecían no saber eso. O preferían ignorarlo.
Igual
que siempre, Rei entró en su hogar, encendió las luces, y se dejó caer en los
almohadones que tenía en mitad de la pequeña sala. Fue cuando pensó en el chico
–porque estaba segura que era un chico– que la observaba desde la distancia,
hasta que el dolor de cabeza le impidió seguir vagando por su mente. Exhausta,
fumó un cigarrillo con los ojos clavados en el techo. Las fuerzas duraron poco
más. Se durmió allí mismo.
Apenas una hora después, la
incomodidad la despertó. La luz encendida en el cuarto molestó sus ojos, por lo
que no estaba segura de haber visto lo que vio. En un destello, le había
parecido divisar una sombra que se movía hacia el cuarto contiguo. Pero, a
pesar de buscar explicaciones o evidencias, no encontró ninguna. Sólo el
terrible sentimiento de que algo había cambiado… Algo relacionado a él. La figura que la miraba entre la
multitud.
Apagó las luces
y se arrastró a su cama. No demoró en dormirse, de nuevo.
La vida de Rei, sin embargo, era
nocturna. Completamente nocturna. Durante el día nadie sabía qué hacía. Quizás sólo
dormía. Pocas personas tenían acceso a esa parte de su vida privada, y sólo dos
mantenían el privilegio de verla a diario. El primero era Hayate, el segundo
Nobu. Mientras el primero era hacker, como Rei, el segundo se perfeccionaba en
la reparación, creación y manipulación de la tecnología en todas sus formas. A
ambos los conoció en un parque de la ciudad. No supo muy bien por qué actuó
como actuó aquél día, pero luego decidió que no estaba mal tener un poco de
respaldo. Fue a Hayate a quien salvó de algunos abusadores que lo golpeaban a
las afueras de un instituto, y desde entonces tanto él como su amigo, Nobu, se
las habían arreglado para que la chica los aceptara sin más, en lugar de
alejarlos como a todas las demás personas de su entorno inmediato. Más que un
acto de bondad o algo predestinado, aquello tenía un sabor a desliz. Hayate
simplemente tuvo suerte. Si los abusadores hubieran elegido cualquier otro día,
Rei no lo habría defendido. ¿Por qué justo en aquel momento, en aquel instante,
le dio por realizar un acto de misericordia? No tenía idea. Pero así pasaron
las cosas, y era todo lo que podían pensar. Se trataba de aceptar que sucedió
de esa manera y dejarlo así. Hay cosas que es mejor no cuestionarse demasiado.
Con el tiempo,
la vida le haría meditar a la chica de maquillaje oscuro y carácter podrido, en
como todo era tan diferente y tan igual entre la noche que vio por primera vez
la figura en el Doll–In House, y ésta, la misma en que se le acercó a hablarle.
Sucedieron cosas distintas, pero el sentimiento y el sabor agridulce eran los
mismos.
Al despertar de
aquél extraño sueño, poco después que Hayate sacara a colisión el tema, el
personaje en las sombras se le acercó por primera vez. Antes de eso, Rei había
estado haciendo su rutina de DJ durante largas horas. Él esperó paciente hasta
el último descanso. El último, antes de irse de nuevo a su casa. En el momento exacto,
tal como esperaba, ella se sentó en el mismo amplio sofá del local, tomando sus
drogas junto a Hayate.
Tenía los ojos
cerrados, cuando una voz la sacó de su trance. Una voz cercana.
–Eres Rei,
¿cierto?
(Rei… Hey, Rei…)
Ella abrió los
ojos y los clavó en la persona de la que venían aquellas palabras. Era el
personaje que cada noche en las últimas semanas se ocultaba en las sombras y la
observaba como un fetichista obsesionado. También él tenía la capucha de su
canguro puesta, y fumaba otro cigarrillo. A ella le sorprendió que finalmente
se animara a hablarle. Había llegado a pensar que eso no ocurriría jamás. Así y
todo, se limitó a encogerse de hombros como demostrándole que le importaba lo
mismo que el predecible pronóstico del clima.
–¿Quién pregunta?
Sólo entonces el
personaje dejó al descubierto su rostro juvenil. Tenía el pelo desordenado,
ojos profundos y unos pequeños anteojos de fina montura negra. Le sonrió con
una tranquilidad que perturbaba, y se presentó con una leve reverencia.
–Me dicen 2D.
Busco tu ayuda.
–¿2D? –se
extrañó Hayate–. ¿Qué clase de nombre es ese?
El chico nuevo
sonrió con cortesía.
–Es sólo un
pseudónimo. En realidad mis dos nombres son Daniel
Daisuke. Por eso todos me dicen 2D. Aunque deberían decirme 3D, porque mi
apellido es Deep.
Ni Hayate ni Rei
se rieron con su chiste, pero al menos uno de ellos le respondió. Con el
tiempo, también él sabría que había tenido suerte en ese sentido.
–Deep, ¿eh?
–Sí. Soy mitad
americano.
En aquel momento
Rei no fue capaz de descifrar la sensación que pasó a través de su cuerpo, aquella
corriente eléctrica que acarició cada fibra de su ser, pero con el tiempo
supuso que –por primera vez en su vida– se sintió nerviosa. Ella también tenía
el karma, la huella cruel de ser mitad extranjera. Su padre era ruso. De allí
sus pupilas azules en mitad de los ojos rasgados. Una particularidad que no le
terminaba de gustar.
–No estoy
interesada –dijo Rei al chico, aquella noche. Fue como desafiarlo. Como
decirle: «No ayudo a perdedores». E intentó olvidar todo ese loco asunto de
permitirle a alguien el hacerla sentir algo.
–Es que
realmente creo que te interesará… –insistió 2D, pero ella parecía decidida.
–Lo siento −le
dijo−, no trabajo con personas. Sólo empresas.
El joven, la
figura que se refugiaba en las sombras de cada noche, asintió en silencio.
Desistió. Volvió a colocarse su capucha y le dedicó una nueva reverencia.
–Está bien –murmuró–.
Siento molestarte.
Y se alejó entre
las personas, hasta desaparecer tragado por las tonalidades del local.
Hayate iba a
decir algo más, pero Rei lo hizo callar con la mirada. Se puso de pie, y se fue
de allí. Caminó por el callejón de los gatos, por la avenida de las personas, el
tren de las desilusiones, y atravesó finalmente el distrito solitario donde
vivía. De nuevo, el bar estaba abierto. Estuvo horas recostada en el sofá, y al
ver que no podía dormirse, decidió ir a aquel pequeño local a darse un trago.
El alba, esta
vez, la encontró en los almohadones de su sala… y despierta.
Hay otra cosa que pocos saben de
Rei, y es que nunca ha pagado por nada en su vida. Es uno de esos detalles que
la convirtieron en la hacker más respetada de todo Oriente. Muchos pensaban que
se trataba sólo de un mito, pero la propia Rei sabía que no lo era. Los kilos
de cajetillas de cigarrillos que se fumaba venían por un error en el envío de
la distribuidora, gracias a un trabajito de piratería realizado por ella misma.
De esta manera, nunca pagaba por ellos. Siempre le llegaban, puntualmente. Lo
mismo hacía con la comida, sólo que ésta la hacía enviar a una cabaña cerca de
su casa, que había sido abandonada varias décadas atrás. El alimento era dejado
en la puerta, y ella misma se encargaba de recogerlo. Al estar en una zona de
parque, junto a un triste pantano, nadie rondaba ya por allí.
Años
después, cuando la información colapsara y el Poder estuviera en manos de
alguien demasiado loco para escuchar explicaciones, Rei recordaría aquella
época que tanto la fastidiaba, como un lugar melancólicamente poético en su
vida.
Tan distinto a
lo que vendría después.
Ahora que lo
piensa, tenía un sabor premonitorio desde el principio. Quizá su exagerada
forma de hacer que todo funcione a su manera también tuvo que ver. Pero la
moneda no mostró una cara por casualidad. Esta vez, la suerte había sido
corrupta. Muchos amaneceres la habían encontrado en aquel cuarto, soñando cosas
que era incapaz de explicar. El sabor a despedida que el tiempo había dejado en
su paladar aún no se había disipado cuando él llegó. No sabe si realmente
desapareció del todo después de eso, pero sin duda ella misma había sentido un
cambio casi apocalíptico abriéndose paso en su interior. Aunque, si lo analiza
con detenimiento, en realidad fue un big−bang
emocional.
Sí.
Eso fue.
Algo
murió cuando aquellos días terminaron, y algo también nació. El vacío dio lugar
al universo, y la vida se abrió paso entre los átomos y las teorías. Tal como
al comienzo, nada fue igual desde entonces.
No
sólo en ella estaba el sabor de la premonición. En todo su entorno había algo.
En el mundo entero. Las crisis económicas y energéticas, la escases del agua y
el petróleo, el cambio climático –nuevamente comprobado, esta vez en el
Congreso de Oniwa, sustituto del de Kyoto después que ésta quedara reducida a
cenizas en la última Gran Guerra–, la caída definitiva del dólar para ser
sustituido por una nueva moneda cuyo nombre Rei era incapaz de recordar, y la
continua tensión social en la que se vivía, con jóvenes revelándose contra los
adultos y adultos revelándose contra el gobierno… todo eso tenía sabor a presagio. Los fenómenos sobrenaturales
que ahora se volvían cosa de todos los días no eran eventos al azar. En
consecuencia, la llegada de él tampoco fue casualidad. Había sido anunciada
mucho antes. Su advertencia se dibujaba en todo lo que la rodeaba.
La Primera Gran Señal vino
con las aves. Ellas portaron el primer mensaje de alerta.
La
Segunda, había sido el Hombre del Traje Gris.
El
resto fue una batería de explosiones inexplicables…
Al
menos ahora, puede de darse cuenta de algo: todo estuvo siempre gobernado por
la locura. La locura insana. La locura absoluta.
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Próximo Capítulo: "Encuentro"
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